En un tranquilo parqueadero sobre la Troncal del Caribe en Ciénaga, un vigilante llamado Ricardo trabajaba en el turno nocturno. A pesar de la soledad y la monotonía de su labor, se sentía en paz, disfrutando de las estrellas que iluminaban el cielo y el suave murmullo del viento. Sin embargo, con el paso de los días, comenzó a escuchar unos llanos y lamentos inusuales que emergían de la oscuridad durante la noche. Al principio, pensó que podrían ser efectos del cansancio acumulado, pero los sonidos persistían y se hacían más intensos cada noche.
Intrigado y algo preocupado por lo que experimentaba, Ricardo decidió investigar. Con su linterna en mano, se adentró en las áreas más sombrías del parqueadero. Los lamentos parecían provenir de un viejo camión cisterna en una esquina olvidada del lugar. Con cautela, se acercó al vehículo, notando su estado deteriorado. Era el mismo camión que había estado involucrado en la tragedia que sacudió a Tasajera, donde varias personas habían perdido la vida calcinadas en un fatal accidente.
Al abrir la puerta chirriante del camión, los lamentos se hicieron más claros. Eran sonidos entrecortados y desesperados que resonaban en el aire nocturno. Ricardo sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras comprendía que aquellos lamentos eran probablemente ecos de las angustias de las almas que habían partido de manera tan trágica.
Con el corazón acelerado, decidió actuar. Cada noche, después de su ronda habitual, dedicaba una oración a esas almas inquietas, esperando apaciguar sus sufrimientos y darles un poco de paz. Con el tiempo, los lamentos comenzaron a cesar gradualmente. Ricardo notó que el ambiente en el parqueadero cambiaba; una calma renovada parecía envolverlo.
Aunque nunca resolvió completamente el misterio detrás de los lamentos, el parqueadero se convirtió en un lugar más tranquilo. Ricardo aprendió a enfrentar lo desconocido con empatía y comprensión, convirtiendo su miedo inicial en un acto de compasión hacia aquellos que habían sufrido.
Así fue como un simple vigilante encontró su propósito en medio de la soledad nocturna: ser la voz de quienes ya no podían hablar.